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¡INFÓRMATE!

Acoger al extranjero en el sofá de mi sala

Por: Harrison Hanvey,

13 de marzo 2024


- “¿Puedes venir aquí?”


Mi colega María Teresa me llamó del otro lado del albergue de migrantes en McAllen, Texas. Habíamos estado ahí algunas horas y en ese momento estábamos listos para irnos – o eso pensaba.


Ella me presentó a la familia con la que estaba hablando y me explicó: “ellos son de Colombia. Dejaron su casa porque estaban recibiendo amenazas de muerte, pero la persona que se supone que los iba a recibir en Estados Unidos dejó de responder sus mensajes”.


- “Tienen la cita con ICE en Washington, DC”, añadió, mirándome directo a los ojos.


Vi por donde iba el asunto. Yo vivo en DC.


- “¿Cuándo es el viaje?” pregunté incómodo.


- “Mañana”

§


María Teresa y yo estuvimos en Texas en la reunión de la Red Jesuita de Migración, un grupo de cerca de 25 personas de las organizaciones jesuitas alrededor de Estados Unidos y Canadá, que defiende los derechos de las personas migrantes.


A veces, la reunión de tres días se sentía pesada. El número de personas desplazadas alrededor del mundo es de los más altos en la historia, 108 millones. Los encuentros de personas migrantes en la frontera sur de Estados Unidos también tienen registros altos.


Es desafiante para nosotros en Estados Unidos comprender las circunstancias que aumentan esas cifras. La economía de Venezuela ha colapsado, contrayéndose un 75 %. En Ecuador, una vez considerado como modelo de paz y seguridad en Suramérica, se han multiplicado el número de homicidios en los últimos años. En Haití, las bandas tienen más poder que los remanentes del gobierno.







Migrantes cruzan el Río Bravo cerca de Juárez, México. El muro fronterizo de Estados Unidos es fotografiado al fondo. (Cortesía de Pedro de Velasco)




El viaje que deben realizar las personas migrantes también es angustiante. En 2022, 1400 personas perdieron la vida mientras migraban hacia el norte a través de América Latina. Las bandas criminales, desde el peligroso Tapón del Darién hasta el norte de México, secuestran y extorsionan a cientos de miles, sino millones, de personas migrantes y les exigen miles de dólares a cambio de sus vidas.


Mucho de lo que hablamos durante nuestras reuniones fue de cómo respondemos a esta realidad como individuos, como grupo y como Iglesia. A pesar de los desafíos, los esfuerzos de la Red me dan esperanza. La parroquia Holy Trinity en DC, por ejemplo, ha apoyado y acompañado 25 familias migrantes en los últimos años. Cada noche, la parroquia Dolores Mission en Los Angeles se transforma en un albergue nocturno para migrantes sin hogar. El nuevo programa de JRS USA, la Red de Acompañamiento, conecta a personas migrantes que han llegado recientemente con parroquias jesuitas y voluntarios alrededor del país.


§


El zapato de un niño abandonado al lado de la frontera de Estados Unidos-México

(Cortesía de Jorge Palacios)



Al finalizar la reunión, María Teresa y yo visitamos Del Camino Border Ministries liderado por jesuitas, para conocer su trabajo en el Valle del Río Grande en Texas. Nos llevaron a los albergues y campamentos donde ejercen su ministerio, incluido el albergue de Caridades Católicas en McAllen. Allí fue donde me encontré a la familia de migrantes rumbo a Washington DC – Guadalupe, su esposo Misael y su hijo de once años Wilmer-.


Ahí en el albergue rodeados de cientos de personas con historias similares, y tratando de decidir cómo responder a esta situación, yo pensé, ¿Por qué es mi problema?


Pero un versículo empezó a aparecer en mi mente: “Porque fui forastero y me acogiste”.


A pesar de mis reservas, me encontré preguntándole a mis compañeros de casa si la familia podría quedarse con nosotros. Ellos estaban renuentes entendiblemente. Como bromeó uno de ellos: “Soy un crítico de sofá. Me gusta hablar de estas cosas, ¡pero no quiero hacer nada al respecto!”.


La familia solo tenía dinero para un tiquete de avión, entonces Guadalupe viajó sola a DC, donde un amigo dispuesto a ayudar la recogió y le ofreció estar en la casa de su familia. La mañana siguiente, un feligrés de Holy Trinity llevó a Guadalupe a sus citas con ICE, transportándola por la ciudad todo el día. Mis compañeros de casa finalmente aceptaron recibir a Guadalupe y ella estuvo con nosotros las siguientes semanas. Otros amigos colaboraron para conseguirle ropa, artículos básicos de aseo y un teléfono móvil.


Pocos días después, otra pareja visitando el albergue de McAllen conocieron a Misael y a Wilmer y generosamente compraron sus tiquetes a DC. Ahora, ellos están también pagando los gastos legales de la familia.


Reunidos en DC, Guadalupe y su familia están quedándose ahora en casa de otros amigos. En inglés diríamos “it takes a village” para decir que se necesita un pueblo para criar un niño, en este caso, necesitábamos a toda una comunidad para acoger y apoyar a la familia de Guadalupe.


“Yo fui forastero y me acogiste”.


En todo el encuentro de la Red Jesuita de Migración, reflexionamos sobre la frontera: una línea dibujada en la arena, una valla construida en el desierto, un muro levantado para mantenernos separados. También reflexionamos de las fronteras en nuestros corazones. Muros que construimos en nuestro interior, supuestamente para nuestra seguridad personal, que en últimas nos dividen de nuestras hermanas y hermanos y separa lo que es mío de lo que es tuyo.


Foto 1: María Teresa (izq) con colegas del Servicio Jesuita a Refugiado e Iniciativa KINO en El Paso (Cortesía de Jorge Palacios).

Foto 2: La Red Jesuita de Migración reunida con personal del Café Mayapan, un restaurante y centro comunitario en El Paso (Cortesía de Harrison Hanvey).

Estas barreras físicas y emocionales a veces parecen insuperables, pero la historia de la familia de Guadalupe ilustra como el cambio empieza con acciones personales pequeñas. La llamada a acoger al extranjero no es solo un concepto teológico sino una realidad viva que invita a una respuesta de cada uno de nosotros. El viaje de esta familia se convirtió en un esfuerzo compartido – desde María Teresa hasta mi compañero “crítico de sofá” quien, ahora que Guadalupe se ha ido de nuestra casa, me pregunta frecuentemente cómo le ha ido y si ella está bien. La comunidad que se ha juntado alrededor de esta familia es un testimonio del potencial de bondad cuando dejamos a un lado nuestras dudas y extendemos una mano para ayudar.


Mi trabajo diario consiste en coordinar incidencia política sobre temas como la migración, con la esperanza de crear políticas justas que creen una sociedad más justa. Sin embargo, las políticas son el reflejo de nuestra cultura, y las barreras que cada uno de nosotros construye en su propio corazón se manifiestan en la esfera pública. Nuestra esperanza de un mundo mejor no descansa solo en cambios políticos, sino en encarnar la hospitalidad, la empatía y el amor. Al final, son los pequeños actos de bondad los que tienen el poder de crear la cultura de la acogida y compasión que anhelamos, y desafiar las narrativas que nos dividen.


*Los nombres de las personas migrantes han sido modificados.


Harrison Hanvey es Gerente de alianzas estratégicas de la Oficina de Justicia y Ecología de la Conferencia Jesuita de Canadá y Estados Unidos. Nació y creció en Wichita Falls, Texas, se graduó en Ingeniería Mecánica en la Texas Christian University. Al poco tiempo de graduarse, viajó a Centroamérica a trabajar con poblaciones vulnerables en comunidades rurales. Antes de incorporarse a la Conferencia Jesuita, trabajó como Director Asociado de Compromiso comunitarios, justicia social e iniciativas de enseñanza social católica en la Oficina de Pastoral Universitaria de Catholic University of America.

 

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